y les dijo: «Estoy muy triste. Siento que me voy a morir. Quédense aquí conmigo y no se duerman.» – Mateo 26:38 (RVR60)

“Siento que me voy a morir”, decía en la puerta de mi habitación llamando a gritos a alguien que me socorriera. Mi pecho se inflaba como uno de esos muñecos de navidad que se pone en el jardín. No podía ver más que oscuridad a mi alrededor. El sudor bajaba por mi frente como si estuviera desde hace 4 horas en un sauna en su máxima temperatura. Mis pies querían correr pero mi mente me mantenía preso del silencio y la frustración.

Al día de hoy, pienso que los años que viví con ataques de ansiedad fueron solamente producto de mi imaginación. En algún momento pensé que estaba sobre reaccionando a todas las cosas que había callado en mi vida. Sin embargo, no entendía lo siguiente: ¿Cómo un joven, que servía a Dios, que oraba frecuentemente, tenía como disciplina el ayuno y la abstinencia de alimentos, que diezmaba y que participaba activamente en las actividades de la iglesia, era víctima de una crisis de pánico? ¡Me estaba volviendo literalmente loco! ¡Mi mente me estaba engañando! Pensé que estaba endemoniado.

Luego de buscar asesoría, consejería, psicología, psiquiatría y todo tipo de ayuda que estuviera a mi alcance, entendí un mensaje que cayó como un bálsamo a mi triste y arrugado corazón. Como un silbo apacible en medio de una de las noches más grisáceas de mi vida, escuché la voz de un maestro que decía: “Daniel, me conoces como el Dios de tus padres, el Dios de tu iglesia, el Dios de los predicadores que escuchas, el Dios de Jesús e incluso el Dios que lees en la Biblia, pero no me conoces como el Maestro de tus Emociones”.

Fue una estocada. Miré al cielo y dije: “Touché”. No tenía defensa. Quedé impávido. Al leer la escena del monte de los Olivos, pude entender que no había sido el primer individuo que sentía que su mundo se le venia abajo. Adicionalmente, me percaté que no estaba “mal” por sentirme “mal”. Me saboteaba continuamente diciéndome que “un cristiano debía estar siempre alegre” y lo cierto es que me amargaba cada día más sencillamente por que la ansiedad no disminuía.

Fue cuando me di cuenta que Jesús fue el pionero en las crisis de ansiedad y cómo manejarlas… Continuará…

Oración: Señor, gracias por ser mi mayor ejemplo de humildad. Porque no te dio pena reconocer lo que pasabas con tu círculo más íntimo. Despojaste la vergüenza y menospreciaste el oprobio. Me amaste tanto que me diste cátedra de cómo resolver un ataque de pánico. Sencillamente no sé que haría sin tu mentoría. Gracias por ser el Maestro de mis Emociones. Amén.

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